miércoles, 29 de enero de 2014

Ofrenda de Día de Muertos por Francisco Muñoz


Podemos hacer nuestra la pregunta de Nezahualcoyotl:
A dónde iremos
donde la muerte no existe?
Mas, ¿por esto viviré llorando?
Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá por siempre.
Aun los príncipes a morir vinieron,
Los bultos funerarios se queman.
Que tu corazón se enderece:
Aquí nadie vivirá para siempre.

Qué es la muerte para el hombre moderno. Desde los orígenes de la civilización el hombre ha intentado atribuirle un significado a este fenómeno. Es así que la representación de la muerte y del más allá tiene siempre relación con la vida, con las formas de vivir en cada época y con las creencias ligadas a ella. Por esta razón, no se puede hablar de la muerte sin mencionar la búsqueda de un sentido de trascendencia, de tal forma que la religión ha cumplido también un papel importante en la búsqueda de un consuelo ante un hecho inevitable, dando su propio significado al hecho de morir.

Octavio Paz afirma en El laberinto de la soledad que “La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores. En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más [… un hecho desagradable, un hecho que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones y el sentido mismo de nuestra vida…”

Páginas más adelante nos dice: “para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

Para los antiguos mexicanos -continúa Paz- la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses, simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.”

A través de la cultura el hombre aprende las actitudes y comportamientos ante la muerte. Así, a veces la muerte es vista como un hecho natural e inevitable, otras representa al enemigo al que hay que conquistar. Es la cultura quien moldea nuestras experiencias en torno de la muerte y los rituales que la rodean.